Día del libro

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ESCRIBE CON EL CORAZÓN, REPASALO DESPUÉS CON LA CABEZA. VERÁS EL RESULTADO...

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viernes, 11 de mayo de 2018

Historias para vivir...




Cuando llamó al timbre, me asomé por la mirilla antes de abrir, pero inconscientemente di la vuelta a la llave y la deje entrar. Esa fue mi perdición, ya nunca me dejaba sola. La sonrisa se tomo unos días libres y desde aquel fatídico día en el que no pensé y abrí la puerta, ya no ha vuelto más. Me llamó, eso sí, pero solo lo hizo para despedirse sin finiquito, no quería saber más de mi. 

Pude ver esa misma noche, que la infelicidad se había acomodado en la habitación de la entrada..., llegaba para no marcharse. Desde ese día en mis cuatro paredes, sólo se escuchaba el silencio seco y  los latidos entrecortados de mi corazón en el devenir del tiempo lento..., lento, lento y febril, restregado silenciosamente contra el tiempo...

El reloj parado a dos luces y el amor entrando por la ventana. La infelicidad que no me dejaba ni a sol ni a sombra, andaba saludando a las nubes de la desidia. Las lágrimas caían por mi cara, desbocadas, cada vez era más dificultoso fiscalizarlas dentro. Salían cuando les venía en gana, el pasaporte se lo entregó infelicidad y yo nada podía hacer contra ello.

Cuando me miro al espejo cada mañana, la veo reflejada tras de mí, no sé cómo lo hace para llegar tan rápido, acostumbro a levantarme antes que ella, la dejo dormida en el sofá, dos pisos más abajo; pero siempre llega antes que yo.

Con una tierna sonrisa, coba al rostro de la vida y apacigua la tierna voz embrujada del albo, que ofrece su voz al silencio para escribir mis memorias. Y no hay más vida que aquella conseguida a escondidas, no hay más realidad que la de lanzarse sin paracaídas desde ese rincón apartado al que no puedes acceder. ¿Qué te hice para merecer esto? Mi único pecado ha sido abrir una puerta, que tenía que haber cerrado dándote portazo cuando aquel fatídico día, te vi aparecer.

Y nos hacernos mayores y nos lacera el corazón ver como la infelicidad se ha quedado en el quicio de nuestra puerta eternamente, flagelando sentimientos y apuntalando al suelo la quimera para que no vuelva a pretender volar. Y nos dicen que eso es crecer, y yo me niego a ver pasar la vida de largo por mi ventana, me niego a convivir con la impotencia de ver como a cada sueño llega la zancadilla justa para hacerme tropezar de nuevo en mis propios pasos.




Y cerró las ventanas de aquella casa, no llevaba maleta, solo lo puesto… 

Quedó para tomar café con sonrisa, aquella que un día se despidió sin finiquito. A día de hoy, la relación se ha consolidado, tienen dos niños: Carcajada y diversión. Nunca más abrió la puerta sin pensar…

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